Revista de Poesia Guajana



PRESENTACIÓN

Ángela María Dávila, el discurso del cuerpo entre lo fiero y lo tierno.

Ángela María Dávila  [n.44] se inicia en el primer número de Guajana (G.1.1) con dos poemas titulados I y II fechados en 1962. Muestra ya un buen ritmo del lenguaje en el verso endecasílabo en el primero y heptasílabo en el segundo. Pero más importante es notar que devela ya un espíritu incontenible, apasionado, huracanado. En el primero la imagen se construye con motivos de la naturaleza más impetuosos. En el segundo el espíritu apasionado hace el amor con el viento. La dicción sencilla y de claridad; la metáfora comunicativa parte de referentes lingüísticos al uso, es decir, conocidos. El espíritu neorromántico, gusta de combinar el amor y sus heridas. Desde G.1.5 puede corroborarse su preferencia por el heptasílabo. El lenguaje se actualiza y personaliza, con preferencia por el sí­mil. En la metáfora de origen natural todaví, lo codificado siguen siendo emociones. Poesí­a í­ntima la suya, interiorista, tiende a la recreación por el lenguaje de un mundo paralelo, disfraz alegórico, poblado de sentimientos de fracaso, de aislamiento, marginalidad, toda túnel. Desde Poema publicado en G.2.2 de 1966, hasta  G. 4.5 de 1977, no vuelve a publicar en la revista. El espacio lo llena el Homenaje al ombligo de 1967 y Animal fiero y tierno de 1977.

Homenaje al ombligo es un diálogo poético entre Dávila y José María Lima. Los motivos marinos remontan la sensualidad de sus poemas intensamente subjetivos y personales. El interlocutor permanece en sombras en un diálogo amatorio a base de juego de palabras, de estructuras rítmicas anafóricas y de paralelismos, de imágenes surrealistas por ratos que retratan lo inesperado mientras abren espacios interiores por su cuerpo. El discurso fluye ágil siempre a través del tema de la propia muerte, tema que se proclama en tono enérgico, y con tanta vitalidad que niega la muerte. También utiliza rasgos de ortografía antipoéticas. No reproduce ni converge con la ideología y la poética de Guajana Mantiene empero puntos de contacto con Marina Arzola: la subjetividad, la imagen, el simbolismo. La voz se sitúa al centro de todo y mediatiza al ser que es por ella y por ella se define. Hay un sentido de caducidad, de gloria y bien pasajeros, de belleza transitoria al modo del carpe diem, y un mundo que se deshace en una ilusión barroca. Los versos son escritos para ser dichos al interlocutor presente, aludido, mudo. Marginalidad, soledad; la solidaridad no existe porque predomina el desdén.

En "¿Qué pasa?", el verso se dilata y se confunde en prosa. Excelente texto. La dicción muy ligera y fluida, no obstante, continua sumida en un crisol de tintes metafóricos, un mundo paralelo, torrencial, intenso. No hay etiqueta ideológica: la poeta asume su propia cosmos visión totalizadora. El túnel es ajeno a la vida, pero es un producto de la lucha por la vida. El neologismo suele ser adjetivo. Surrealismo al modo de Dalí: "la luna le ladraba a algún ombligo". Sinestesia y sincretismo. Poemas amorosos en prosa poética.

Animal fiero y tierno propone una concepción del hombre en germen, en el túnel y en la marginalidad voluntaria de antes. Prevalece la oposición de contrarios de una dialéctica fácil. Se observa un diálogo con otros poetas de Guajana en el poema inicial, al aludir a la paloma, y a los espejos olvidados, es decir, los extremos de José Manuel Torres Santiago y de Marina Arzola, tal vez porque el libro se plantea inicialmente como un retorno, una recapitulación. Va a la fuente del cuerpo, a la sensualidad radical de la palabra de Ángela, que preexistía la palabra. Va a la reafirmación de su subjetivismo radical y a la intrahistoria con el recuerdo al hombro, con la palabra más ideologizada, más metafísica, más filosófica, más capaz ahora. Funde el final con el principio al abarcar la totalidad como Juan Ramón Jiménez en Animal de fondo. Se define a sí misma inicialmente como animal triste, desaparece el otro y lo exterior permanece como referente y objeto deseable recién descubierto: ahora resulta que no estábamos solos. Aparece el nosotros, la primera persona plural, y con César Vallejo, la identificación con el soledoso solidario. La palabra reflexiva va a lo otro preñado de sí mismo para subjetivizar la objetividad del mundo. Tiende al verso libre y al ritmo libre; predomina la dicción semántica; la adjetivación abundante de modificadores directos e indirectos; el gusto por interrogación de finalidad reflexiva, el examen buceo. Aparece al fin la solidaridad con la isla, con el hombre, y con los pobres. En medio de un mundo defectivo duda sobre la existencia y la perdurabilidad de lo hermoso.

La Querencia, inédito libro final, ha mostrado ya algunos de sus rostros en publicaciones parciales y en recitales.

El amor, el erotismo frugal y radical cuya fuente nace de la relación entre los géneros pero la desborda hacia los espacios y hacia el tiempo, parece la obra de una autora consagrada al decir poético, al vivir poético, porque asume la poesía como forma productiva, como servicio social remunerable por valioso. La inmediatez del público --más que del lector-- modifica los temples de la palabra definida más por la oralidad y la función comunicativa, de manera que el verso intransigente y provocador padece menos recargos. Tiende a discurrir con pensamiento intuitivo, no premeditado, dirigido como las olas digresivas, con apartes, oraciones con valor interjectorio, experimenta con el lenguaje y lo vulnera hasta domarlo y hacerle responder por cada suspiro, reconstituyendo la lengua en función de su habla; vallejeana, vanguardista y desquiciante, evoluciona también hacia el coloquio humanísimo. Esta recia personalidad en la que la autenticidad produce neblinas mantiene la unidad de una obra con tendencias divergentes. Recuérdese que la poeta también abordó con originalidad y diferencias notables las formas tradicionales de la décima, y amén de la excelencia del ritmo, en una apuntala su perspectiva divergente sobre la conducta femenina hasta el punto de constituir la Glosas de la paloma una reescritura autónoma, y en otra se regodea en los misterios de las realidades inaprensibles y los materializa en la palabra y en el verso de su glosa de San Juan.                         

Tal como ocurrió primero con los misterios de Marina Arzola, Ángela después, parece erguirse como la bruja de la tribu, pero en su caso se parte de un yo más conciente, más lúcido, en el que prevalecen los puentes de un diálogo con arcanos. La poética de las transgresiones habitadas de Marina Arzola se reproduce en Ángela Dávila, de manera que al afirmar constantemente su diferencia se bautiza y se confirma en cada texto, y se define tanto por las oposiciones sociales que comparte con la generación, como por sus reivindicaciones feministas. De ahí­ la persistencia del tema de su identidad y su apoyo en la Safo mítica de nuestras letras nacionales, Julia de Burgos. Dávila podrí­a decir también como ha dicho recientemente María Sola a propósito de las nuevas narradoras puertorriqueñas: "Para que lean el sexo, para que sientan el texto, escribimos también con el cuerpo". (En, Aquí cuentan las mujeres. Río Piedras, Ediciones Huracán, 1990.)

 Selección de poemas y esta  instroducción de Marcos Reyes Dávila

 

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