NÚMERO 7                                                         

 

   Es importante destacar que en varias ocasiones se ha tildado a  la Revista Guajana de ser panfletaria  y de compromiso político- social. Si bien es cierto que hay en las publicaciones de Guajana poemas significativamente político- sociales, no aceptamos el mote de poesía panfletaria, pues jamás se había escrito en Puerto Rico poemas de naturaleza político-social que trascendiera la melancolía de la sumisión romántica al poderoso. Por otro lado, el manejo del lenguaje, muchas veces novedoso, no rompió con las normas más rigurosas de eso que llamamos el genio de la lengua (noción semántica, prosodia, ortografía y sintaxis adecuadas). Recordemos que los “guajanos”, como cariñosamente denominamos a estos poetas, estudiaron seriamente los fundamentos del lenguaje y tuvieron por modelo a los más preclaros exponentes de las literaturas clásicas y modernas de ambos mundos. Los guajanos nunca fueron advenedizos culturales, son poetas que conocen al dedillo su oficio. Quien tenga duda sobre mi afirmación escancie la métrica de los sonetos de Andrés Castro Ríos, Vicente Rodríguez Nietzsche, Ramón Felipe Medina López, Edgardo López Ferrer, entre otros. Una muestra de estos sonetos revela el dominio de todos los ritmos del endecasílabo clásico desde el enfático, el heroico, el melódico, y los dos tipos del endecasílabo sáfico. Curiosamente no se prodigan en los ritmos dactílicos propios de los poemas paramilitares y altisonantes. Y es que todos ellos tienen un denominador común: el acendrado lirismo trascendental, la fruición por las palabras y la combinación de diversos semantemas que no violentan la naturaleza del lenguaje poético.

 

  En una ocasión escuche a un colega decir que los poetas de Guajana escribían  poesía “dura y que asustaba”. Le riposté que era poesía emotiva, como toda la poesía…que tal vez el asustadizo  y duro era él como lector, porque “ex abundantia cordis os locutor” (de la abundancia del corazón habla la boca…) Aún, a quién el contertulio me señalaba como el más duro e inflexible de todos – tal vez por su estatura y sobrepeso- (recuérdese que la imagen popular de los poetas es un icono romántico de un hombre con melena, desaliñado, débil, de ojos soñadores y  adicto a la bohemia), aún ese es un poeta de lirismo alto que raya en la canción sin música, pues sus palabras la tienen. Como me sentía en obligación piadosa de esclarecer la mente de aquél colega, le leí un poema publicado en Guajana sin mencionarle el autor. Le dije escucha esto:

 

¡

 

¡Oh espiga de lirio de luz  asendereada!

¡Oh paloma de sueño, oh estrella!.

Ángel mío de maíz de luna.

Ángel mío del  alma, ángel de perla.

Capullito de monte enamorado,

Tortolita de pascual piquito,

Pajarito de tela dibujado

Volandito volando casi niño.

Duerme niño de leche

Que la maicera se está acercando.

Duerme niño querido, duerme.

Duerme el sueño del ala, duerme tranquilo, caramelito.

Que mañana temprano, bien tempranito

De las nubes del cielo te haré un potrito…

 

   Mi buen amigo, conservador por demás, al escuchar el poema cayó en un arrobo de místico delirio y se deshizo en elogios repitiendo en cada sintagma de sus opinión crítica, la palabra ternura. Cuando le manifesté que  su autor era José Manuel Torres Santiago no salía del asombro. Y aquí vuelvo con mis latines  pues es que ya Terencio en su Heautontimorumenos nos había soltado aquello de que: “Homo sum: humani nihil alienum puto”, en otras palabras, que no había que sorprenderse de que un poeta grandullón fuera tan exquisitamente tierno y luminoso…

 

   Siempre he creído que la afirmación de la puertorriqueñidad no tiene nada que ver con comer lechón asado o pasteles o beber maví, cosas comunes a todos los pueblos caribeños… Es una cosa muy distinta: tener en nuestras manos el control absoluto de nuestro propio destino, que decidamos nosotros mismos ¡libremente!; que lo que se decide en otros lares lo decidamos aquí en Puerta de Tierra. ¿Qué tiene que ver esto con la poesía?, Mucho, porque la poesía tiene que ver con todo esto. Es un vehículo de afirmación, es la expresión de nuestro ser interior, es la conciliación con nuestras propias sombras, es lo que propicia la formación de un coro de hombres y mujeres de buena voluntad para dejar a nuestros hijos un futuro esplendorosamente mejor. Pero zapatero a tu zapato, la cultura se afirma con la revalorización de lo que las clases poderosas desdeñaron por considerarlas ínfimas y de poca monta. De aquí que Andrés Castro Ríos, Edwin Reyes y José Manuel Torres Santiago rescataran las glosas en décimas populares, sin menoscabo alguno de su cortesana estirpe. Como ya he dicho y repito, uno de los números de Guajana fue dedicado exclusivamente a la Décima puertorriqueña, la llamada espinela, querendona de nuestros trovadores populares. Y lo hicieron conscientes de que la única diferencia entre un poeta del pueblo y uno académico, es el nivel socioeconómico al que pertenecen, ya que ambos son organismos humanos aptos para la creación poética; y ambos, al decir de Juan Ramón Jiménez, desean expresar “lo inefable de lo absoluto”.

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