NÚMERO 7                                                         

 

 

   Cincuenta años de poesía sostenida, de ejercicio poético, es un logro en un país tan proclive a las modas pasajeras, tan proclive a los que hacen del exilio su modus vivendi, tan proclive a la fuerza bruta, tan ajeno a la tolerancia… Un pueblo que procrastina a sus verdaderos valores artísticos e intelectuales y solo aplaude a la gritería extraña, a los altos decibeles, al boxeo, al palo y a la pelota….

   Pertenezco a esa generación y, aunque no formé parte del eximio grupo, caminé junto a ellos desde la óptica del comentario y crítica literarias. Por eso señale sin titubeos que los guajanos -como cariñosamente le hemos denominados a través de los años- no crearon escisiones ni brechas generacionales. Siempre acudían cordialmente donde los viejos vates de la poesía puertorriqueña: Evaristo Ribera Chevremont, Francisco Manrique Cabrera, Francisco Matos Paoli, Félix Franco Oppenheimer, Luis Hernández Aquino, Hugo Margenat, Juan Antonio Corretjer, Manuel Joglar Cacho, Jorge Luis Morales, Violeta López Suria y muchos otros. Sí había diferencias  de enfoques, pero no disputas. Una que otra vez alguno de los viejos autoritarios  se enfogonaba y lanzaba sus pertrechos, pero siempre  las aguas llegaban a su nivel ( Recuerdo especialmente las polémica entre José Manuel Torres Santiago y los venerables José Emilo  y José Luis González). Generalmente la dialéctica era de confrontaciones intelectuales e ideológicas  más que personales, aunque a veces se escapara un ardiente epíteto burlón para estremecer a los rostros entumecidos por la seriedad de momias de algunos de los que fueron nuestros mentores.

   En este sentido el grupo Guajana  fue el primero en denunciar el anquilosamiento de la Universidad, para aquella época en un retrógrado coqueteo necrofílico con José Ortega y Gasset y algunas de sus viudas –viudos epígonos intrascendentes del  hispano-germano Pepe. Fue el espíritu solidario de los guajanos lo que motivaron las visitas a Puerto Rico de don Pedro Mir y del siempre incólume Juan Boch.. El grupo  Guajana auspició estos viajes casi mágicamente, pues no tenían recursos económicos. Vinieron poetas de Méjico, de Panamá, de Venezuela, Costa Rica y Nicaragua, entre otros; se ofrecieron recitales   de poemas y empezó con ellos a ventilarse a los cuatro vientos las creaciones de presentes y ausentes. Los poetas de Guajana han sido a través de los años el perfecto paradigma caribeño de la solidaridad.

    Hay que destacar, además, que Guajana mantuvo y privilegió la tradición del decimario puertorriqueño.

 

 

   En el año de 1968  el número 10  de la revista de abril a junio fue dedicado por entero a la décima puertorriqueña. En esta ocasión se reprodujeron décimas antiguas de la tradición oral de Puerto Rico  que habían sido salvadas de la ignominia por el antropólogo norteamericano Alden J. Mason, y las más recientes por Eugenio Fernández Méndez. Sí, las  mismas décimas a  las que don Antonio Salvador Pedreira llamó andrajosas, no obstante Lope de Vega haberlas recomendado ya en el siglo XVII como vehículo de las quejas y angustias del alma. Los poetas de Guajana, todos, absolutamente todos, hasta Marina Arzola y Angela María Dávila, escribieron décimas al estilo del pueblo. Recuerdo una mañana que, al pasar frente al monumento de Eugenio María de Hostos, oí que me llamaron, era Andrés Castro Ríos, me solicitó algunas coplas populares o folclóricas para allí glosarlas y componer lo que conocemos como décimas 44. (Esto es: 4 versos de la copla, más 40 de las cuatro décimas).

   Una lección para los jóvenes de hoy. A pesar de toda esta fructífera labor de creación poética y social, los jóvenes de Guajana no faltaban a clases, aunque estuvieran padeciendo la resaca alcohólica de la noche anterior; eran responsables y aplicados a sus cursos universitarios, poseían una curiosidad intelectual asombrosa que los llevó por los caminos de la interdisciplina y, algunos de ellos, tocaban algún instrumento musical o cantaban. Había tiempo para todo incluso para trabajar y ganarse algún dinero  ante el agravante de que no eran ricos ni procedían de familias acomodadas, siempre mantuvieron su dignidad y su hombría de bien. Por eso, los poetas de Guajana, los mismos que denunciaron el anquilosamiento espiritual de la Universidad de Puerto Rico, se ganaron la admiración , el respeto y la amistad de los reputados profesores y profesoras de entonces, así como de los intelectuales  del patio y del exterior.

   Mis 36 años en la cátedra universitaria y los doce que llevo en la vida retirada del mundanal ruido, al decir de Fray Luis de león, me ha permitido re-valorar la obra de estos eximios poetas, por persistentes  enamorados del amor y del amor a la poesía. Su obra está ahí, al alcance de todos. Ellos han sido los poetas académicos más cercanos al pueblo, ellos han redirigido la poesía hacia auditorios más amplios, más humildes, menos encumbrados socialmente. Con ellos la poesía y los poemas comenzaron a desacralizarse y a ser degustada por todos los que a ella se acercan. Tal vez el mayor logro de los poetas de Guajana ha sido tratar de devolver la poesía al pueblo, a su prístino y primigenio origen. Pues no olvidemos que  los  llamados por el Marqués de Santillana “ínfimos que sin ningún orden, regla nin cuento y de baxa e servil condición”, fueron los que cantaron los primeros versos en nuestra lengua materna.

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